El Martillo de los Dioses


Libro I

Corren tiempos oscuros y aciagos para el Imperio, bastión de la luz, hasta el más ignorante e iletrado campesino lo sabía, era imposible no percibirlo pues la mácula del Caos empezaba a impregnar hasta el mismo aire. No obstante nadie era más consciente de aquello que la Santa Orden Sigmarita, que sentía como la presencia del Caos arraigaba y se fortalecía por el Viejo Mundo como si fuera en su propio cuerpo.

Se avecinaba una nueva tormenta impía.

Ingresar en la orden devota del dios bárbaro no era una tarea sencilla, era una hazaña que solo los más virtuosos y píos de los hombres podían acometer y era por ello que lograrlo era motivo de gran celebración personal si es que podía llamársele celebración a la mera alegría y felicidad de poder servir mejor a su dios, no había más festejo que ese ya que los sacerdotes se consagraban a la más estricta de las humildades tanto físicas como mentales.

Hoy, el vigésimo primer día de febrero según el calendario imperial un nuevo miembro pasaba a engrosar las desnutridas filas del sacerdocio, se llamaba Samael, nombre de gran virtud, y sabía que en esta época convulsa que le había tocado vivir no tardaría en blandir el martillo contra los viles demonios de la disformidad y a bárbaros herejes por igual. Este era el motivo primordial por que había puesto a prueba su fe en las durísimas pruebas de acceso de la Orden, aunque como todo buen devoto no dejaba que la venganza fuera lo único que lo guiase, su devoción al dios era desmedida y creía firmemente en la causa, no era un mero ajuste de cuentas.

Aquella misma mañana el gran maestre le entregó su martillo, símbolo y arma sagrada por igual, perdición del demonio y el infiel. Tal era su envergadura que parecía imposible alzarla en combate, estaba forjada con acero y hierro y no poseía más decoración que los ocasionales sellos de pureza. El aspecto del martillo casi rememoraba el semblante del propio Samael, recio, fuerte y severo (y desprovisto de cabello como era costumbre).

Ataviado con la habitual armadura y ropajes de su rango el joven sacerdote guerrero de profundos ojos verdes se dirigió al seno de la orden en Altdorf, capital del Imperio y una de las mayores ciudades del Viejo Mundo, lugar donde perecían y se forjaban las leyendas, allí su superior directo le encomendó una misión que le había sido transmitida de los labios del mismísimo emperador para que él, y solo él la cumpliese, se trataba de escoltar y proteger a un emisario elfo en su camino a una fortaleza enana.

Era su deber y obligación acometer esta misión, su primer encargo, y aunque se sentía especialmente enérgico y dispuesto no pudo evitar preguntarse porque el propio Karl Franz le había encomendado tal tarea a un simple novicio, ¿habría llamado su atención durante algún entrenamiento? Parecía improbable ya que él no lo había visto jamás en persona y los jefes de estado solían hacer gala de mucha pompa y protección armada, algo totalmente lógico.

Tras recibir las indicaciones pertinentes se dirigió a una taberna a las afueras de la ciudad donde, en teoría, lo esperaría el emisario elfo y los dos maestros de la espada que al parecer lo acompañaban. Tardó numerosos minutos de serpenteo por las calles de la abarrotada ciudad en encontrar la taberna a la que lo habían mandado. Dos maestros de la espada, pertrechados con acero élfico guardaban la puerta, sus caras reflejaban una evidente incomodidad, sin lugar a dudas aquella desvencijada taberna era lo que cualquier orejas picudas definiría como “cuchitril mugriento”, o en otras palabras, una taberna humana corriente y moliente.

Al entrar pudo ver como los clientes…”habituales” evitaban una esquina oscura, al acercarse, además de ver al típico tabernero y camarera pudo apreciar a un elfo embutido en la armadura más elegante y peligrosa que había visto jamás, la cabeza de un león blanco adornaba uno de sus hombros y una larga capa azul con filigranas doradas caía de ellos, tapada por una larga melena de  blanquecino rubio, aunque lo más peligroso de aquel individuo eran sin duda sus oscuros ojos azules y su gigantesca hacha.

-Llegas tarde humano.- Dijo con voz grave y potente, demasiado para un elfo, tanto que se sintió ligeramente intimidado por lo que a todas luces era un muy bravo guerrero ya que no encajaba en su débil concepción de emisario.

¿Dónde se había metido?

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Era su primera misión, el fracaso no era una opción ni por asomo, y aunque fuera la duodécima era su deber como fiel devoto hacer todo cuanto estuviera en su mano para llevarla a término, tendría que hacer el máximo uso de sus escasas habilidades para la diplomacia, su mínimo conocimiento del protocolo y su inexistente labia para tratar como el emisario del rey elfo.

-Mis más sentidas disculpas por el retraso, no volverá a suceder.-Dijo mientras agachaba levemente la cabeza y se maldecía por no saber cómo dirigirse al guerrero elfo, el tratamiento habitual de señor le parecía fuera de lugar y no conocía el equivalente de su raza, tendría que fijarse en el futuro.- Asumo que vos sois el delegado del rey Finubar.- Era una deducción harto sencilla pero era una pregunta de rigor y que le permitiría presentarse al imponente elfo de brillante armadura, de no ser por su raza era el arquetipo de príncipe azul humano.

-En efecto joven humano, soy Finariel, emisario del rey Finubar el Navegante, capitán de regimiento…y más títulos que no son de tu interés.- La arrogancia del elfo desde luego era más que sana pero parecía que se trataba de alguien verdaderamente importante aunque eso no hacía que fuera más sencillo que pasase por alto la costumbre élfica de tratar a los humanos como si fueran unos niños o unos adolescentes maleducados, los malditos…cabrones, y que Sigmar lo perdonase por malhablado, se creían superiores a todas las demás razas.-Tú debes de ser el sacerdote que se encargará de mi protección personal durante el viaje a Karak-a-Karak aunque pareces algo blando para tu cometido, creí que el Emperador se tomaría más en serio nuestra alianza.- Lo que dijo Finariel dejó aturdido al sacerdote novato novato...¿Iban hasta las mismísima Karak-a-Karak? Aquella fortaleza era la capital del reino enano nada menos, ¿para qué necesitaban los elfos ir allí? 

Debía de estar cociéndose algo importante en las altas esferas de lo que él, un mero novato, no tendría ni idea, por otra parte… el encargo parecía cada vez más y más importante, ¿porqué lo enviaron a él y no a uno de los grandes sacerdotes de la Orden? ¿Habría habido algún error? Era improbable pero la situación cada vez se tornaba más surrealista. Había algo claro, mientras estuviera allí representaba a todo el Imperio y no debía cometer fallo alguno.

-En efecto, soy Samael, fiel devoto seguidor de Sigmar, y es en su nombre que juro solemnemente que haya un hálito de vida en mi cuerpo combatiré con todas mis fuerzas para que vos no sufráis daño alguno en vuestro periplo.- Su protegido parecía complacido ante su respuesta, aunque cualquiera que los habría visto habría creído que los roles de ambos estaban invertidos. No le gustaba que aquel elfo lo llamara blando, sentía ganas de arremeter con el martillo y aplastarle la cabeza, no toleraba que lo trataran así pero tendría que dejarlo pasar…otra vez.

- Me gusta tu respuesta joven, no obstante debemos llegar a nuestro destino con la mayor premura posible. Partiremos de inmediato y ya discutiremos por el camino, nos esperan monturas frescas y refuerzos al final de camino. – Y habiendo dicho esto salió de la taberna con Samael siguiendo sus pasos, dejó una única moneda de brillo dorado en la barra, el taberno casi sufre un ataque al corazón al ver dicha moneda, la cual gozaba de poco valor para el elfo que la había dejado.

Cogieron unos caballos de la taberna y cabalgaron lo que restaba de tarde, durante el vieja le explicaron algunos detalles de la misión pero ninguno especialmente relevante, como el motivo, parecía que se trataba de algún secreto, los maestros de la espada se presentaron y le hicieron numeras preguntas, la mayoría relacionadas con los humanos en general o sus aptitudes en particular, se llamaban Minariel y Aryen y eran bastante más curiosos, amigables y habladores que Finariel, aunque silenciosos y adustos para las costumbres humanas. Durante el viaje hubo algo que lo estuvo perturbando mucho, uno de los dos maestros era una maestra, sin embargo estaba seguro de que cuando los vió por vez en primera eran ambos varones, viajar con una mujer le hacía sentir incómodo.

Al caer el Sol llegaron al final del camino, la frontera, a partir de aquel punto el viaje sería muchísimo más peligroso, tendrían que atravesar bosques, montañas…era seguro que se enfrentarían a varias vicisitudes como mínimo, los refuerzos que habían mencionado los elfos no era nada más y nada menos que diez caballeros que estaban a su mando, acamparían allí mismo hasta que el Sol volviera a salir.

Lejos para los ojos humanos y elfos se ocultaba un temible y poderoso adversario, un hombre rata, un Skaven, los de su especie lo llamaban “Vidente Gris”, sus mezquinos ojos amarillos brillaban con intensidad en la oscuridad y se movía impaciente, como presa de los nervios, de la impaciencia, su pelaje blanco lo diferenciaba de los numerosos skaven que le seguían.

No estaba solo y no tenía buenas intenciones.

¿Qué querría?

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Entre varias decenas de skaven sólo una de aquellas irritantes, pequeñas y odiosas bestias tenía el pelaje del color de la nieve, aunque fuese una nieve muy sucia, aquello no se trataba de ninguna casualidad o una mera distinción visual, se trataba de algo mucho más siniestro ya que  lo identificaba como un “Vidente Gris”, un poderoso servidor de la deidad pagana Skaven, “la Rata Cornuda”, o lo que es lo mismo, un peligroso hechicero y el líder de facto de todos los skaven allí congregadados. Su nombre era Lyskritt Patabruja, y había sido enviado por el mismísimo Lord Kritislik, Señor de la Videncia y miembro del Consejo de los Trece, el principal órgano de “gobierno” skaven, ya que calificarlo como tal es dotarlo de más civilización de la que jamás tendrá. Su misión era aparentemente sencilla, apoderarse de un poderoso artefacto élfico, un colgante plateado con un enorme zafiro engarzado que confiere increíbles poderes arcanos a su portador. Fallar significaría su inmediata ejecución por lo que no era una alternativa viable, no podría volver a Plagaskaven, capital del imperio subterráneo, sin dicho artefacto, si es que quería conservar la cabeza por encima de los hombros claro, no fallaría de nuevo a sus superiores.

Tenía a su mando un par de pequeños regimientos de esclavos, con la equipación más precaria que se pudiera imaginar,  al fin y al cabo a ningún líder le gusta gastar más de lo necesario. La gema era custodiada por tres solitarios elfos y unos cuantos humanos por lo que resultaba inconcebible que pudieran vencer a varias decenas de esclavos,  por muy mal pertrechados que estuvieran los duplicaban por los menos en número, y las matemáticas skaven ganaban muchas batallas. El hecho de que nunca hubieran combatido contra elfos no lo amedrentaba en absoluto, después de todo solo eran tres elfos, en el caso de los humanos probablemente se desmoralizarían al verlos… y con razón.

Gracias al astuto espionaje de un asesino del clan Eshin supo por donde pasaría el elfo poseedor de la gema,  había preparado una astuta emboscada y por lo menos hasta entonces su plan se estaba desarrollando tal y como había planeado, no los habían descubierto y sólo tenía que dar la orden de….

-¡MATAD-ATACAD!- Gritó de improvisto, con toda la fuerza que le fue posible, los esclavos obedecieron y cargaron aunque no se podía esperar de ellos la sed de sangre de soldados genuinos. Tanto elfos como humanos se mostraron increíblemente sorprendidos, como era de esperar,  pese a todo, se mantuvieron en sus puestos, lo inesperado fue que pese a estar atacando en la oscuridad de la noche sin previo aviso parecían  prevenidos de su llegada ya que todos pudieron alcanzar sus armas antes de que llegara el esclavo más adelantado.

No importaba, serían masacrados de igual forma. ¿No? Empezaba a tener sus dudas, aunque el combate apenas había empezado pudo advertir que peleaban como auténticas ratas ogro, quizá debería haber traído una, o seis de aquellas abominaciones Moulder, aunque no habrían tenido oportunidad aquello se iba del presupuesto por mucho. Al ver que a los zafios esclavos les costaba asestar golpes mortales decidió unirse a la refriega…desde una distancia prudencial claro, no era un guerrero muy apto por lo que tenía poco sentido arriesgarse a acercarse más de lo necesario cuando podía conjurar sus hechizos desde lejos. Cuando empezó a concentrarse para lanzar un rayo de disformidad vió por el rabillo del ojo como varios esclavos conseguían derribar a uno de los humanos y darse un festín con su carne, Lyskritt sonrió complacido.

Tan sólo unos instantes después completó el conjuro y dirigió el rayo a uno de los humanos restantes, por el caminó mató un par de esclavos, ¿pero qué más daba mientras matase al objetivo? Cosa que por supuesto hizo. La carne de cañón siguió presionando y aún más humanos cayeron ante las desesperadas dentelladas y arañazos de estos, únicamente se mantenían en pie los elfos y dos humanos, quizá sus miedos habían sido infundidos, no había nada que temer después de todo…

Nuevamente volvió a concentrarse para conjurar un rayo disforme, esta vez dispararía al humano del martillo ya que llevaba al menos cinco esclavos muertos él solo, mientras canalizaba energías se fijó en uno de los elfos, no usaba su desproporcionada hacha para combatir sino que estaba matando a los esclavos con las manos desnudas, ahogándolos hasta asfixiarlos, rompiéndoles el cuello o simplemente a puñetazos, se dirigía corriendo hacía a él y no parecía intimidado por  sus ojos verdes y por las energías relampagueantes del báculo que llevaba consigo.

-¡Muere- muere cosa elfa!- Gritó Patabruja mientras desencadenaba todo su poder mágico en el elfo, Samael, que vigilaba al elfo como le era posible sólo tuvo tiempo para gritar un lamento que se oiría a varios metros a la redonda.

¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!


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Un relámpago zigzageante de repugnante color verde sucio brotó de las  nerviosas manos del vidente y se dirigía hacía el corpulento elfo con la celeridad característica del rayo, pero los ojos de la víctima no reflejaban miedo alguno, nisiquiera alarma, únicamente una gran cólera, más propia de los vástagos de Naggaroth que de los hijos de Ulthuan. Sujetaba con hercúlea fuerza su gigantesca arma y parecía que su único pensamiento estaba centrado en darle muerte de un único y letal tajo.

Aquello desconcertó brevemente al vidente ya que nisiquiera el necio más audaz podía desterrar del todo el miedo a la muerte, y menos cuando ésta se precipitaba hacía ti, pero se recompuso rápidamente, no importaba lo que sintiera el elfo, moriría de igual forma. Nada ni nadie podía sobrevivir a tal impacto, bien lo había demostrado en las espesas junglas de Lustria cuando abatió a un colosal kroxigor de esta forma. Totalmente imposible de resistir.

O eso creía.

Pues cuando la descarga disforme se disponía a atravesar su pecho se formó repentinamente un poderoso escudo místico que disipó el conjuro con suma facilidad, como si de un juego de niños se tratase. Eso sí que preocupó verdaderamente al avieso skaven, el cual sólo se permitió unos escasos segundos de estupor, ya que no hay skaven más raudo que el que teme por su vida. Y para Lyskritt Patabruja no había nada en el Viejo Mundo más valioso que la suya propia.

-¡Muere, maldita rata de cloaca!- Gritó Finariel mientras cargaba contra el skaven que había osado enfrentársele y que ya se había prestado a la huida, al haberse quedado sólo tras las líneas no tenía a quien usar de escudo y su brutal adversario aparentaba ser invulnerable al asalto mágico. Lo único que podía hacer era correr y rezar a su profano dios que fuera más rápido que su perseguidor o estaría condenado, no podía hacerle frente en justo combate cuerpo a cuerpo, ambos lo sabían.

La gigantesca hacha de Finariel silbó mientras cortaba el aire donde apenas unos segundos antes había estado la cabeza del vidente, el artero y escurridizo skaven no sólo era veloz sino que poseía unos reflejos y una suerte inhumanas. No era la primera vez que se enfrentaba a aquella raza de abyectas criaturas, y sabía que no lograría alcanzarlo, había errado el primer golpe y la distancia entre ambos sólo se incrementaba a casa paso, pero su corazón clamaba retribución, pues habían sido los skaven los que con anterioridad le habían arrebatado lo que él más amaba...

Cuando la separación se tornó francamente vasta desistió y se apresuró a volver con los demás, sin la guía de su líder los esclavos seguramente habrían enloquecido, con suerte habrían huido, sin ella, el ansia por sobrevivir se habría tornado en un temible frenesí, incluso un curtido guerrero podía ser abatido por un esclavo desesperado. Era algo bien sabido entre los líderes élficos que en una batalla contra las hordas de hombres rata lo mejor era cercenar la cabeza, acabar con las fuerzas de élite e ignorar las grandes masas de impertrechados guerreros dentro de lo posible.

Sin embargo cuando llegó la refriega ya había acabado, los cadáveres engalanaban el suelo y únicamente dos figuras permanecían a pie, aunque sólo a duras penas, se trataba de Sammael, cuyo rostro ensangrentado revelaba un gran pesar, y de Aryen, que lloraba la muerte de su camarada. El campo de batalla apestaba a miedo y muerte y estaba ansioso por sacar de ahí a Minariel y prender fuego a todo lo demás. El fuego era el mejor aliado contra las ratas, tanto dentro del combate como fuera de el, proporcionaba también calor, luz y una forma de asar la comida, le encantaba.

Por desgracia ver las lágrimas de su compañera, con la cual había compartido ya numerosos viajes hizo que la rabia brotara nuevamente de su maltrecho corazón, no sólo reafirmaría su voto de asesinar a cuantos skaven pudiera, sino que juró solemnemente para sí que cuando acabara esta viaje, daría caza a aquel vidente y se quedaría con su infame cabeza como trofeo, que Khaine fuera testigo de su promesa.

-¿Ha muerto el líder?- Preguntó el fornido sacerdote, que mientras mientras elucubraba en silencio se había aproximado al lado del emisario, sin duda esperaba recibir buenas noticias al respecto.-Ha escapado me temo.-Respondió secamente, estaba agotado y furioso consigo mismo, se le había escapado de entre las manos, el fracaso era sólo suyo. - Retira a los humanos caídos de entre esas sucias alimañas, lucharon con honor, les daremos un entierro digno a ellos y a mi compañero, luego prenderemos fuego a todo lo demás y partiremos sin más demora, no nos podemos arriesgar a que vuelvan.- Ordenó severo, Sammael asintió con la cabeza y se dispuso a cumplir diligentemente con la tarea, apenas los conocía pero era cierto que habían luchado con orgullo y fiereza, se habían ganado con creces un reposo digno.

Mientras tanto Finariel se acercó a la afligida elfa, la abrazó e intento consolarla, al ver la escena el sacerdote guerrero se sintió mucho más próximo a ellos.

Quizás después de todo los elfos no fueran tan desemejantes de los humanos.

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